KREMLIN (Catedral del Arcángel Miguel)
Estoy en la Catedral del Arcángel Miguel. Lugar de celebración de las
victorias del ejército ruso y dónde los monarcas moscovitas están
enterrados.
La altura considerable del techo me hace pequeño.
La tenue luz que emiten las lámparas del siglo XVII, junto con los
frescos, me llevan a otra época: paseo desde la Creación hasta el Juicio
Final.Dios me obliga a visitar por última vez este lugar santo, de
noche, antes de enviarme al Infierno. Soy Mjertovjek, mi madre era
hechicera y mi padre hombre lobo. Ser un vampiro no tiene nada de
bonito. Lo último que habría querido ver es el Sol, y sin embargo, lo
último que veré es este lugar de colores terrosos que me recuerdan mi
obligado sueño de día bajo tierra. Es la última broma de Dios.
Piso de la infancia
Llamo a la puerta del piso de protección oficial y por el portero
automático vuelvo a oír la voz de mi abuela materna (muerta en los años
ochenta). Subo las escaleras angostas y llego al primer piso. Mi abuela
se va atareada a su habitación: se está cambiando de ropa. Se pone un
corsé nuevo; un extraño artefacto lleno de cordeles que no acaban jamás
de estar atados. La habitación es una caja de cerillas, pero entra el
Sol e ilumina cada centímetro de la estancia. Al fin, mi madre entra en
la habitación y se apresura a ayudar a mi abuela. Yo también me dirijo a
paso ligero hacia el lavabo de baldosas hasta media pared de color
frío, a lavarme las manos. El agua sale helada, la piel me duele.
Después, salgo al pasillo, de longitud interminable, parece sin fin.
Pero lo tiene y desemboca en el comedor. Allí están sentados mi padre y
mi hermana ante un plato de olorosas patatas con carne. El comedor
también es pequeño, pero entra tanto el Sol que no puedo menos que
sentirme bien, sentirme mayor.
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