El cuento "Duelo de estatuas humanas en la Rambla" surgió a partir de las enseñanzas recibidas en el fascículo número siete del curso de escritura creativa "El placer de escribir" de Planeta deAgostini.
El fascículo siete se titulaba "Los pensamientos de los personajes: la posibilidad de acceder a la mente".
El anunciado del ejercicio era el siguiente:
1. Piensa en un personaje, el que tú quieras, y ubícalo en una escena determinada, sea en el presente o en pasado, en el campo o en la ciudad, en el espacio o bajo el mar.
2. Narra las acciones que el personaje lleve a cabo en ese momento. Para ello, emplea un narrador en tercera persona que introduzca de vez en cuando un pensamiento del personaje. Lo aconsejable es que combines el discurso directo, el indirecto y el indirecto libre.
3. Te recomendamos que el primer pensamiento lo introduzcas a través del discurso directo o del indirecto y que después te centres en el discurso indirecto libre.
4. El ejercicio no deberá tener una extensión mayor a los 4200 caracteres con espacios.
jueves, 27 de diciembre de 2012
Duelo de estatuas humanas en la Rambla
Campanilla se plantó y pensó: “Milo ha conseguido que la calle sea un ring”. Nunca respondía a las provocaciones de Milo, pero esta vez era distinta: ¿Qué le pasaba? Pues bueno... Se lo iba a contar. El último año había vendido algodón de azúcar en una feria ambulante.
Ahora trabajaba de estatua humana, Campanilla Luminosa; con peluca rubia y vestido verde.
Este tenía que ser su trabajo definitivo, si le hubiera dejado. ¿Por qué cuando alguien del público le iba a echar una moneda, Milo el Fantasma Encapuchado saltaba de su pedestal y aullaba como un alma enloquecida, mientras daba pequeños saltitos que pretendían ser terroríficos? ¿Por qué después lograba que la moneda fuera a la caja de Milo y no a la suya?
Sabía la respuesta; porque al público le gustaba lo oscuro maquillado de rosa. Este tenía que ser su último trabajo. Por eso ya no iría más de Campanilla Luminosa. Se había maquillado los ojos con toneladas de rímel, llevaba unas alas negras rotas, un vestido oscuro corto y unas medias con carreras. Podía dar la bienvenida a Campanilla Maldita.
Se le iban a pasar las ganas de hacer competencia sucia. Su varita mágica acababa en una punta roma, al contrario de la afilada lengua que iba a gastar de ahora en adelante; que se fuera haciendo a la idea.
Fantasma Encapuchado frunció el entrecejo. Ella le daba mal rollo; seguro que estaba gafada. Habría ganado más pasta lejos de Campanilla, pero había preferido hacerle compañía durante todos esos días calurosos y desagradables. Era un artista, no un capullo interesado en ganar dinero. ¿Cómo iba él a saber que el público preferiría su personaje? Cuando actuaba de Fantasma Encapuchado delante de ella lo hacía para ayudarla, para que se fijaran en ella y en su ridícula caracterización. De otro modo, nadie la hubiera mirado.
Campanilla le dijo que hiciera el favor de largarse con viento fresco.
Arpía, insultó él.
Estás pirado, afirmó ella.
Él pensó que tenía ganas de volver a fumar.
Ella deseó dejar la dieta y comer un buen pedazo de aquella tarta de queso que tanto engordaba.
Una mujer con un abrigo rojo se plantó ante ellos y tiró una moneda a cada uno. Campanilla movió la varita. Fantasma movió las cadenas.
Luego ambos quedaron inmóviles; como quieta y muda había sido su disputa. Sólo real en el mundo de la mente de las estatuas batidas en duelo.
Ahora trabajaba de estatua humana, Campanilla Luminosa; con peluca rubia y vestido verde.
Este tenía que ser su trabajo definitivo, si le hubiera dejado. ¿Por qué cuando alguien del público le iba a echar una moneda, Milo el Fantasma Encapuchado saltaba de su pedestal y aullaba como un alma enloquecida, mientras daba pequeños saltitos que pretendían ser terroríficos? ¿Por qué después lograba que la moneda fuera a la caja de Milo y no a la suya?
Sabía la respuesta; porque al público le gustaba lo oscuro maquillado de rosa. Este tenía que ser su último trabajo. Por eso ya no iría más de Campanilla Luminosa. Se había maquillado los ojos con toneladas de rímel, llevaba unas alas negras rotas, un vestido oscuro corto y unas medias con carreras. Podía dar la bienvenida a Campanilla Maldita.
Se le iban a pasar las ganas de hacer competencia sucia. Su varita mágica acababa en una punta roma, al contrario de la afilada lengua que iba a gastar de ahora en adelante; que se fuera haciendo a la idea.
Fantasma Encapuchado frunció el entrecejo. Ella le daba mal rollo; seguro que estaba gafada. Habría ganado más pasta lejos de Campanilla, pero había preferido hacerle compañía durante todos esos días calurosos y desagradables. Era un artista, no un capullo interesado en ganar dinero. ¿Cómo iba él a saber que el público preferiría su personaje? Cuando actuaba de Fantasma Encapuchado delante de ella lo hacía para ayudarla, para que se fijaran en ella y en su ridícula caracterización. De otro modo, nadie la hubiera mirado.
Campanilla le dijo que hiciera el favor de largarse con viento fresco.
Arpía, insultó él.
Estás pirado, afirmó ella.
Él pensó que tenía ganas de volver a fumar.
Ella deseó dejar la dieta y comer un buen pedazo de aquella tarta de queso que tanto engordaba.
Una mujer con un abrigo rojo se plantó ante ellos y tiró una moneda a cada uno. Campanilla movió la varita. Fantasma movió las cadenas.
Luego ambos quedaron inmóviles; como quieta y muda había sido su disputa. Sólo real en el mundo de la mente de las estatuas batidas en duelo.
martes, 25 de diciembre de 2012
Zaruiá
Zaruiá no se encuentra en ningún mapa de este
planeta.
Nadie te dice dónde está o cómo llegar allí, porque cada Zaruiá es distinto. Para unos es una herida profunda
en la mejilla que dejará cicatriz de por vida, resultado de un accidente en una
tarde de juegos en un olivar; para otros puede ser un puñado de
cacahuetes comidos por un alérgico a los frutos secos,
a la salida
de un examen aprobado con nota.
Mi Zaruiá es el aire venenoso de la
soledad que respiro cuando sueño con mi trabajo ideal. Me gustan los
batidos y quiero dedicarme profesionalmente a prepararlos en un bar
donde solo se venda esta clase de bebida. A mi marido no le parece
bien. Dice que estaré majareta si cambio mi trabajo en la agencia de
viajes por ir a servir copas. No puedo siquiera hablar del tema
porque me contesta impaciente o colérico. Así que sirvo estas
bebidas en mi mente: batidos de absenta,
de maría, de regaliz. Hasta
tengo en mi imaginación un delantal bordado con mis iniciales en
gris perla.
Supongo que si viviera mil vidas, conocería mil
zaruiás. Y si hubiera recordado todas las veces que hubiera
venido al mundo, puede que hubiera adquirido la sabiduría de ayudar
a otros como yo para que trazasen su propio mapa, no para
saber cómo llegar, sino para encontrar la salida.
miércoles, 19 de diciembre de 2012
El tiempo de Grazia
Grazia está enroscada
dentro de la hendidura de un árbol milenario. Tirita desnuda. Es
invierno, ha caído una nieve fina y el aire quema los pulmones.
Abraza contra el pecho Alicia en el País de las Maravillas.
Duerme. En su sueño cae por la madriguera lentamente; al final del
túnel ve luz. Pero aún no ha llegado.
De camino, mientras lo
recorre, vuelve a 2011. Tiene quince años. Está en el lago leyendo
Crepúsculo; su primer novio Pier sostiene una caña de pescar
con las dos manos.
Finge desinterés por él. El aroma cálido y
limpio del pelo del chico la envuelve al mismo tiempo que Bella y
Edward se besan en el prado. Pier levanta la vista del agua y la
rodea con su abrazo. Le pregunta si aún quiere ser su chica. Ella
sonríe y piensa que no debe temer a ningún monstruo.
Pasa el tiempo. Tendrán
un hijo, que a la vez tendrá una hija. Cuando la nieta tenga nueve
años, Grazia se desplomará sobre la mesa de la cocina. Le estaba
leyendo Rapunzel. El diagnóstico será cáncer. Perderá todo el
pelo. Su nieta no tolerará que le vuelvan a leer ese cuento.
Retrocede aún más.
Ahora tiene seis años. Es una niña fuerte y decidida. Está
orgullosa; ha conseguido leer su primer libro de mayores Hansel y
Gretel. Aunque no comprende el mensaje del cuento; ¿por qué lo
azucarado no siempre sabe dulce?.
Pero en la lectura en
la que piensa cuando se adentra en el bosque para morir dentro de la
secuoya, sola, como sola vino al mundo, es en una frase de Erskine
Caldwell: terminar un cuento es saber callar a tiempo.
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martes, 18 de diciembre de 2012
La castañera constante
Trekancia
vende castañas en la Luna. Las vende bien frías ya que, como no hay
oxigeno en la Luna, no puede encender ningún fuego. Vende sus
castañas en un pequeño cráter por donde nunca pasa nadie. Su
trabajo es monótono y le genera un gran cansancio, ya que tiene que
vigilar que el bidón de castañas y ella misma no floten hacia
arriba.
Hace tiempo, oyó que moverse por la Luna se parecía a
nadar. Así que para familiarizarse con la falta de atmósfera repite
los lunes y miércoles este ejercicio: se tapa la nariz con los dedos
y pone la cabeza hacia abajo, como bajo el agua, contando hasta diez.
Hoy
es día uno de noviembre, Día de Todos los Santos. El espectro de un
astronauta ruso se acerca tambaleante hacia su puesto de castañas.
Al comprador le parece barato los 6 kópeks que la castañera le pide
por un cucurucho de castañas. Y paga con un rublo. A la castañera
se le congela la sonrisa en la cara, y tiene un instante de horror
cuando se da cuenta que no tiene cambio. Se lo comenta al astronauta
que, airado y creyendo que lo quieren estafar, devuelve el cucurucho
y se va. La castañera decide proceder de un modo reflexivo y cauto,
y seguir trabajando.
Debido
a la edad, no le sería fácil encontrar un nuevo empleo.
lunes, 17 de diciembre de 2012
Tierra de libros (Presentación)
Tierra de libros pretende ser un blog que hable de literatura.
Tanto de los libros que vaya leyendo como de todo lo que tiene que ver con la labor creativa y/o de aprendizaje.
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