Grazia está enroscada
dentro de la hendidura de un árbol milenario. Tirita desnuda. Es
invierno, ha caído una nieve fina y el aire quema los pulmones.
Abraza contra el pecho Alicia en el País de las Maravillas.
Duerme. En su sueño cae por la madriguera lentamente; al final del
túnel ve luz. Pero aún no ha llegado.
De camino, mientras lo
recorre, vuelve a 2011. Tiene quince años. Está en el lago leyendo
Crepúsculo; su primer novio Pier sostiene una caña de pescar
con las dos manos.
Finge desinterés por él. El aroma cálido y
limpio del pelo del chico la envuelve al mismo tiempo que Bella y
Edward se besan en el prado. Pier levanta la vista del agua y la
rodea con su abrazo. Le pregunta si aún quiere ser su chica. Ella
sonríe y piensa que no debe temer a ningún monstruo.
Pasa el tiempo. Tendrán
un hijo, que a la vez tendrá una hija. Cuando la nieta tenga nueve
años, Grazia se desplomará sobre la mesa de la cocina. Le estaba
leyendo Rapunzel. El diagnóstico será cáncer. Perderá todo el
pelo. Su nieta no tolerará que le vuelvan a leer ese cuento.
Retrocede aún más.
Ahora tiene seis años. Es una niña fuerte y decidida. Está
orgullosa; ha conseguido leer su primer libro de mayores Hansel y
Gretel. Aunque no comprende el mensaje del cuento; ¿por qué lo
azucarado no siempre sabe dulce?.
Pero en la lectura en
la que piensa cuando se adentra en el bosque para morir dentro de la
secuoya, sola, como sola vino al mundo, es en una frase de Erskine
Caldwell: terminar un cuento es saber callar a tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario