Tu hermana y tú dando el biberón a dos cachorros, cada una al suyo.
Rioleón Safari, 1981. El animal está en tu regazo, sobre tu vestido de
algodón estampado con flores azules. Es un peluche muy pesado, te
maravillas, aunque también temes que te muerda. Ves peligro donde no lo
habrá y desconoces dónde se agazapa el león auténtico: ayer la revista Morbidity and Mortality Weekly Report
publicó la existencia de cinco casos de neumonía por “Pneumocystis
jirovecii” lo que supondrá el primer informe sobre el virus de
inmunodeficiencia humana (el causante del sida), en el mundo. Pero tú,
claro, no sabes nada de eso. Solo ves a tu leoncito. Tu miedo a ser
mordida crece tanto que ya no quieres alimentar al pequeño animal.
Sollozas, te levantas y lo dejas allí. Al momento, te arrepientes y
deseas volverlo a coger. Quieres volver a sentir su tacto de seda y oler
su perfume puro y salvaje a la vez. Pero es demasiado tarde. Tu turno
ha pasado, dicen. Es bueno saberlo. La próxima vez que te cruces con una
experiencia fantástica no dejarás que el frío sudario del miedo te
cubra.
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