viernes, 26 de julio de 2013

Pinocho

Geppetto no trabaja en Leroy Merlin desde hace dos años cuando le despidieron. A sus cincuenta y ocho años se vio obligado a afiliarse a la Seguridad Social como autónomo.
Como en la carpintería  no entra nadie, mata el tiempo construyendo un muñeco de madera, que cuando termina llama Pinocho. Para ser su primera creación no está mal, si acaso la nariz es un poco desproporcionada y la pintura roja de los zapatos, un poco falsa.

Como tiene tiempo, imagina que aquel muñeco es su hijo, un niño de verdad. Mira embobado a su creación, imaginando que él lo consolará de todo su dolor; que a diferencia de las arpias de sus dos hijas nacidas en su primer matrimonio que le repiten a menudo que lo odian y que no han llegado a nada en la vida por su culpa, Pinocho lo amará de forma sincera e incondicional.
Sus ojos se humedecen imaginando el momento en que él soltará la bicicleta de su hijo, por primera vez sin ruedas supletorias, y el niño se lanzará con dignidad y valentía a montar en bicicleta por si solo. ¡Como recordarán este día de mayor, cuando se haya convertido en un ciclista más famoso que Lance Armstrong! Pinocho dirá a la prensa que su padre había sido el pilar sin el cual jamás habría llegado dónde estaba.
Geppetto siente un estremecimiento agradable. De forma relajada recoge y limpia las virutas de madera de la mesa de trabajo y, casi está, cuando sin querer, un chorro azul de Fairy salpica el torso del muñeco. Sin dar crédito a sus ojos, Pinocho se empieza a mover con los movimientos descoordinados de un recién nacido. Para mayor sorpresa, al poco abre los ojos: su mirada rezuma odio.
Geppetto se altera mucho, siente pánico. ¿Qué hará ahora? Mide las posibilidades. Toma la decisión más sensata; con la sierra desmiembra a Pinocho que gruñe de dolor. Cuando Geppetto termina, ya no le parece tan gris su vida.
En cambio, se pone las pilas. El negocio empieza a funcionar mejor que bien. Entre los jóvenes del barrio que trapichean con hachís y coca tiene especial éxito su versión de Chucky, al que por veinte euros vende con un puño americano soldado a la mano derecha del muñeco. Además, sus hijas están por fin orgullosas de él (y de sus cheques a principio de mes bien cargados), al igual que su ex-mujer, que después de años de evitar el más mínimo contacto con él, le visita un día y antes de irse le da un golpecito en la espalda.

QUIM MONZÓ: es uno de los mejores escritores europeos. Suele escribir en catalán. En su obra destaca el uso de la ironía, su rechazo en forma de humor a lo políticamente correcto, a la cursilería y a lo ñoño, y un estilo muy trabajado que parece muy sencillo.

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