sábado, 29 de junio de 2013

Frío húmedo

Entró por una ventana del mausoleo después de pedirle permiso. Llevó consigo la oscuridad y el frío al interior del monumento fúnebre.


—¿Volveré en el transcurso de esta noche? —dijo Carmen con los ojos entreabiertos— ¿O lo haré en los próximos días?
Dylan no tenía respuestas; cada caso era diferente. No se demoró más: después de un abrazo sedoso, besó su boca, dejando que la sangre corriera, hasta que los cabellos de ella se volvieron blancos y abandonó este mundo.
Al cabo de cinco horas, Carmen volvió a existir para recibir las caricias húmedas de aquel ángel tenebroso, que de haberlas sentido como mortal la habrían llevado a la locura, puesto que aquel amor no era para una mujer.


Dylan y Carmen se intercambiaron un frío más refulgente y sensual que el mayor fuego que pudiera imaginar cualquier humano.
Hacían el amor sin detenerse, viendo transcurrir una estación tras otra; protegidos por lo remoto de aquel cementerio abandonado y por la oscuridad de la estancia. Fluía deseo puro, con un goce cada vez más intenso. Algunos buscaban la luz, ellos llegaron a la cúspide en la oscuridad.
Dylan recordó, mientras besaba su cuerpo húmedo de piedra helada, que ella tenía los ojos más salvajes que había conocido jamás. Los había visto, por primera vez, la primavera de 1953, cuando ella no debía de tener más de treinta años y él treinta y dos; a Dylan le quedaban solo dos meses de vida. Habían pasado ya cuatro años…

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