lunes, 11 de noviembre de 2013

Ejercicio 51: el conflicto, el diálogo informativo, la descripción y el subtexto.


1. El conflicto
—Pero bueno, ¿es que estás bebido? —dijo la anciana que aparentaba unos ochenta años.
—Yo no privo, señora. Iba distraído y me he saltado el stop.
—¡Pésimo conductor y encima mojigato!
—Perdone, señora.
—Perdone, señora —le imitó—. De nada sirve el arrepentimiento. Uno tiene que tener diez ojos cuando conduce.
—No sé que decirle, señora.
—¿Qué dices?
—¿LA AYUDO EN ALGO?
—Ayudarme…no sé…la cabeza me da vueltas y tengo la lengua como de trapo.
—Llamaré a una ambulancia, por si acaso.
—¿Qué? Vocaliza, muchacho, que no se te entiende.
—Señora, voy a…
—Hace frío.
—¿061? Por favor, manden una ambulancia… En la carretera nacional 37…
—Al bajar la barca me dijo el barquero: “las niñas bonitas no pagan dinero”…—canturreó la anciana— Yo no soy bonita, ni lo quiero ser —la anciana movía las manos en círculo como si sostuviera una cuerda de saltar… ¿Por qué mamá hace gestos para que vaya con ella? Si yo tengo que…tengo que afeitar el reloj…
—¡Oh, no! ¡No, no! Le sangra mucho la parte de atrás de la cabeza. ¡Está en el suelo! ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude!

2. El diálogo informativo (también puede ser  subtexto)
—Lolita está preciosa con sus vaqueros nuevos, pero ¿por qué los compra todos con rotos?
—Es lo que se lleva. Y no la llames Lolita, sabes que se enfada mucho. Es Lola.
—¿Lola? Tonterías. ¿Pero que haces metida en la cocina tanto rato?
—Estoy preparando algo.
—¿El qué?
—Cupcakes.
—¿Qué?
—Magdalenas con cobertura de colores.

 
  —¡Ah! No sé por qué te molestas.
— Porque nos caiga bien o mal, ese chico es el novio de nuestra hija y si a ella la presionamos, ya sabes cómo es, puede que se vaya y no la volvamos a ver nunca.
—¡Maldito tiburón! No disimula nada su orgullo de conducir un Mercedes, ni de que se limpie el culo con billetes de quinientos euros. No tiene nada en común con nuestra Lolita. Ella no come carne, ayuda a todo el mundo, nunca habla de dinero.
—Él es una persona buena, Ramón —dijo la madre— No es un santo, pero la tratará bien.
—Más le vale. Pero no solo se trata de él. ¿Qué pasa con su familia?
—¿Qué hay de malo en ellos?
—Lo sabes muy bien; se la intentaran quitar de encima como una enfermedad contagiosa. Y ella sufrirá, y si hacen sufrir a mi niña…
—Bueno, nosotros no vamos a permitir que esto suceda.
—Claro que no, Lisa. ¿Ya has acabado? Pues coge los guantes, el frasco de Valium y los cuchillos que nos vamos a pasear por la ciudad, a ver a quién nos presentamos esta noche sin correr riesgos. Podemos probar en la gasolinera de la veinte, allí hay donde escoger…
—Bien, bien…¡Día de caza! Pero vayamos rápido, que pronto viene Lola con su novio.
—Por supuesto, mon amour.

3. La descripción
—Ayer conocí a una chica estupenda —dice el hombre muy delgado.
—¿Ah, sí?
—Tenía unas manos muy oscuras, como una hawaiana. Tenía una cicatriz encima de la ceja derecha. Se me acercó y me propuso que nos acostáramos.
—Hay muchas putas aquí. No hay trabajo y las que lo tienen, cuando se les acaba, esta ciudad las escupe por la bahía en busca de alguien que les pague las facturas. Mira a tu alrededor: este bar, en primera línea de playa y solo estamos tú y yo. Esta ciudad costera se esta volviendo un espectro.
—Dijo que se llamaba Nani, pero que le habría gustado llamarse Elisabeth. Tenía un ojo azul y otro verde fresco como el musgo. Comía helado de anacardos. Quince años atrás habría podido ser mi compañera de instituto.
—Ya. Pero las cosas no son así.
—Me contó que estaba en el último curso y que hacia un mes que tenía 18.
—Vete a saber qué era verdad y qué mentira.
—Olía muy mal. Es extraño, porque era tan bella.
—Bueno, si estaba buena…
—¡No! Era linda por fuera, pero sobretodo por dentro. Irradiaba eso que…¿cómo lo llama tu mujer?
—Luz interior.
—Luz interior. Deseé protegerla, no se de qué. Pero tampoco supe como…
—Nadie sabe eso. Solo unos pocos saben reconfortar. No crece mucho consuelo en este lugar, mira esta playa sucia, los vasos descascarillados de este bar.
—Al final se fue. Se fue. Pero no puedo olvidar esa luz.
—Tendrás que hacerlo, no hay más remedio. Bueno, me voy, hoy hay partido.
—¿Hoy?
—Sí, siempre lo hay el día posterior al Día de Todos los Muertos.

4. El subtexto
—¿Te gusta el arroz tres delicias? —pregunta ella pasando un dedo por la copa de vino barato.
—No mucho. Me gusta más la cocina española —dice él.
—Pero es más cara y no se puede repetir como en este self-service.
—En mi casa te habría hecho estofado de ternera y habrías podido repetir cuanto quisieras. Para mí, cocinar es un placer, pero aún lo es más ver como la gente disfruta comiendo lo que les he preparado. ¿Sabes? De postre te habría dado pastel de mantequilla y canela. De hecho, había preparado uno. Huele mi mano.
—Sí, huele a mantequilla y a canela.
Los dos se echan a reír de forma tímida primero y a carcajadas después.

—Supongo, caballero, que también se le da bien planchar sábanas de algodón, que huelen a limpio. Eso si la moza está de buen ver, porque sino supongo que las dejará sucias y arrugadas para que no vuelva…
—No hay otras chicas.
—¿De verdad? ¿De verdad?
—En serio.
Lila se retuerce las manos y aguanta el llanto, pese a que no puede evitar tener la cara blanca.
—Felipe, por favor, por favor…
—Dime…
—Es horrible —al ver que él no contesta, vuelve a hablar— ¿Qué probabilidad había que nos pasara esto?
—Muy baja —dijo al fin— Pero, ya sabes, a los dos se nos da bien mentir.
—¿Qué va a ser de nosotros?
—Lo olvidaremos todo. No podemos volvernos a enamorar, ser novios, casarnos. Ya estamos casados, desde hace doce años.
—Qué raro es esto: me engañaste conmigo misma.
—Ídem.
—Oye, ¿habría funcionado lo nuestro?
—No lo sé. ¿Quién podría saberlo?
—Vámonos a casa, cielo.
—Claro, cariño.

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