jueves, 28 de noviembre de 2013

Queja nº 39 en “Atención al Cliente” en el supermercado Alcampo. (ejercicio 52 de El placer de Escribir)


Queja nº 39 en “Atención al Cliente” en el supermercado Alcampo.
Paso a explicar los hechos:
Alcampo, 11:30 de la mañana. Hago señas a una dependienta vestida de uniforme para que me atienda.
—Hola, ¿podría atenderme?
—Por supuesto
—Es que no encuentro el vestido de novia de Bella, la protagonista de Crepúsculo.

—Debería estar en la sección de disfraces. Acompáñeme, se lo buscaré, aunque no recuerdo haber visto este disfraz en concreto.
Y he pensado: estas dependientas siempre buscando las cuatro patas al gato. Pero me he callado. Y eso que yo se lo que busco: he estado en un montón de tiendas de vestidos de novia de las que te sonríen cuando les dices lo que buscas, pero que te contestan con voz monótona que no pueden ayudarte cuando les dices que solo tienes veinte euros de presupuesto. ¿Pero para que pagar más, cuando puedes conseguir casi lo mismo, por muchísimo menos? No es que sea tacaña, pero llevo doce meses en el paro y no tengo dinero… tampoco novio, ¡pero esto no significa que no pueda hacer mi sueño realidad!
Así que estamos en la sección de disfraces del Alcampo y sí, el vestido de novia de Bella está disponible.
—¿Qué talla tiene?
—La 48, pero, ¿podría coserle la etiqueta de la 38? Tengo problemas de aceptación de mi talla.
—Por supuesto.
—¿Podría además alargar el dobladillo del vestido unos centímetros? ¿Y añadirle unos cristales de Swarovski aquí, aquí y allí?
—Por supuesto.
—Oiga y dentro del presupuesto de veinte euros también me entra el velo y el ramo de novia, ¿no?
—Por supuesto
—Y…¿la manicura y peluquería?
—Por supuesto.
—¿El reportaje de boda?
—Por supuesto.
—¿El convite en un restaurante? ¿En el Casa del Bosque?
—Por supuesto.
—Y…¿me entra también el novio?
—Por supuesto —me mira con complicidad.
—Gracias, —exclamó y el corazón me da un brinco de alegría.
—¿Quiere llevárselo ya? —pregunta
Pero entonces caigo.
—Um…, no, gracias. Es que me he dado cuenta que en el restaurante Casa del Bosque solo sirven cava, y yo quería champán francés. Oiga, una boda es importante, compréndalo. —y añado aclarándome la voz— Me temo que no va a poder ser. Perdone.
—No es molestia —asegura relajada y comprensiva.
La miro recelosa, porque comprendo que me ha estado ocultando algo. Y vuelvo a caer en el qué:
—¿Y que pasa con los regalos de boda? También estaban incluídos, ¿no? Pero usted me ha ocultado esta información… ¿qué hubiera pasado si me hubiera llevado el vestido de novia? ¿Es que pensaba quedárselos usted?
—¿A que se refiere? —pregunta sonrojada la dependienta.
—Oh, vaya, ahora la mosquita muerta finge no saber de qué le hablo…
—Tiene razón, tiene razón. Lo siento —su voz suena desconsolada— Es que yo también me caso y mi vestido de novia, el de Sookie Stackhouse de True Blood, no incluía los regalos. Lo siento mucho, no volverá a pasar.
—Eso espero. —me quedo en silencio y la miro fijamente.
Concluyo esta queja añadiendo de que no diré el nombre de la dependienta (aunque lo conozco y podría) y que he quedado tan desagradablemente sorprendida del mal servicio que hay en este supermercado, que puede que me vaya a la competencia, donde seguramente tendrán bajo control a empleadas maliciosas que quieren aprovecharse de la buena fe de las clientas.

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