viernes, 15 de marzo de 2013

Estuvimos en apuros


–Si tú no vuelves a hacerlo, yo no le digo nada a tu padre. Este es el trato. –me dijo la doctora Margaret.
–Lo de la mesa no lo hice yo –le contesté.
–Ya lo sé Susan. No te he preguntado por la mesa –replicó.
 
Mi hermana Júlia me enseñó a golpear el armario contra la pared, cuando mis padres y Tracy se cogían de las manos en la mesa redonda, y ella hablaba con los muertos que habitaban la nueva casa.
 
  Ni mamá, ni  Julia, ni yo estábamos a gusto allí, por mucho que papá no parara de repetir que “era una ganga”. En Bakersfield, Vermont, no había fantasmas. Pero eso no le importaba a mi padre, y eso que los espíritus le daban mucho miedo. Mucho más que a mamá, porque ella sólo creía a medias en las cosas. Cuando alguien le contaba que fuera a ver al cine tal o cual película, porque era la más romántica, divertida, terrorífica, que se había hecho jamás, ella esbozaba esa pequeña sonrisa que los adultos no solían ver, pero que Júlia y yo comprendíamos tan bien. Era la sonrisa que decía: “ya veremos”. Pensamos que, en el fondo, ella sabía que éramos nosotras las que golpeábamos el armario contra el muro, y que Tracy era una trolera. Pero no contamos con que papá se acabaría enterando igual, sin que nadie nos delatara. Cuando esto sucedió, creímos que estábamos en apuros, y que encima nunca regresaríamos a casa. Pero el auténtico peligro fue cuando entramos en contacto con la doctora Margaret Matheson y el doctor Tom Buckley. Y es su historia, no la mía, la que quiero contar. Hablaré de lo que he descubierto a través de testigos y de mi investigación en hemerotecas. Y os aviso, ya para empezar, que los dos fueron excelentes investigadores y mejores personas.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario