martes, 19 de marzo de 2013

La boda de Maty Mont

Descubrí que Maty Mont siempre quiso ser artista de music-hall. Me gusta imaginar que la  indomable Bella Otero fue el espejo en el que se reflejó todo el tiempo que estuvo luchando para serlo. Pensé en nosotros, compañeros de este curso de escritura creativa, que seguimos las andanzas de nuestros escritores preferidos porque nos gusta mucho, mucho escribir, y desearíamos dominar la técnica, el arte y el oficio tan bien como estos. Maty Mont  representaba un modelo de mujer muy diferente al que gusta en una ciudad de provincias en la que tranquiliza la uniformidad,  lo plano... Una capital de provincia no es una ciudad, está a medio camino entre un pueblo y una gran ciudad. Nunca se sabe cuando será uno u otra. En este aspecto sí que puede dar sorpresas. Con ella se comportaron como pueblerinos: nunca aceptaron que alguien de allí lograra ser una estrella de las variedades. Maty trabajó  como primera vedette en El Molino, en el teatro Victoria, en el Romea, incluso acabó fundando su propia compañía. En las fotos veo que debió de ser una mujer fuerte. Quizá por eso, cuanto más éxito tenía más puritanos intransigentes deseaban reventar sus actuaciones. Una lástima, la verdad. Podría decir que “nadie es profeta en su tierra”, pero no es eso. Más bien es que tenía el enemigo en casa. Cuando investigué su biografía me pareció que había sido poco recordada. Muchos conocen a la Bella Otero, pero no todo el mundo conoce a Maty. De  su biografía, me impactó especialmente todo lo que tuvo que ver con su boda.

Unas cuantas damas graznaron como cuervos al clérigo que Maty Mont no era lo suficientemente pura para vestir de blanco el día de su boda. El  25 de enero de 1945 se casó con Agustí Prats i Presseguer. El coro había conseguido su objetivo. Pero la boda se convirtió en leyenda.



Maty se sentía muy bien aquel día. Pensaba: cuanta gente ha venido... Francisco, Carlota Sanchez...El sudor me empapa la espalda del vestido, que no se note, que no se note. Me caso de rosa, envidiosas, siempre reventando mis actuaciones, ahora quisisteis reventar mi boda. Pues no. Santuario, lugar santo, me mira rabiosa Mercedes Costa, paciencia. La sonrisa calmada y profunda de Agustí. ¡Qué olor a cera derretida! Los pétalos de rosa huelen bien. No, no, no voy a llorar de alegría, si miro hacia arriba pararé el llanto. Cuanta gente ha venido, cuanta gente que me quiere. Se abre un cielo nuevo cargado de ciruelas dulces, mi espíritu se mueve a una velocidad extraordinaria, no quiero perderme nada...


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