lunes, 18 de febrero de 2013

El último viaje de Edgard Allan Poe

Edgard Allan Poe recorría la playa con una pala en las manos, camino a la tumba de Annabel Lee.

 Porque ni los ángeles del Cielo, allá arriba, ni los demonios, en las profundidades del mar, podrían jamás desgajar su alma del alma de la hermosa Annabel Lee. Iba a desenterrar su cuerpo. Además de una escritura que conmocionaba el espíritu, tenía un talento oculto; podía saber si la persona que tenía ante él mentía o decía la verdad. Lo único que necesitaba era tomar ambas manos de su interlocutor durante unos segundos para averiguarlo. Nunca había usado esta facultad para vulnerar la intimidad de su amada. Pero ahora estaba muerta, tenía que asegurarse de que estaba a salvo.

  La piel de su cara estaba irritada por las lágrimas cuando logró apartar la tapa del ataúd. Lentamente se acercó a ella, dudó un instante en tomar sus hermosas manos, aunque no pudo eludir su misión. Se trataba de Annabel Lee, su querida Annabel Lee.
–¿Estás en el cielo…?
La respuesta negativa lo paralizó.
–No estás allí, porque…¿me esperas?.
En cuanto supo la verdad, no necesitó ninguna respuesta más: se cortó el cuello con una daga afilada. Al poco, sintió la mano pálida de Annabel Lee acariciando su mejilla; fue apacible, dulce y reconfortante. Les esperaba una eternidad de dicha en el nirvana. Mas una nube de cuervos lo rodeó para llevárselo a las tinieblas.


Había atentado contra su propia vida; su castigo sería ver discurrir muchos siglos antes de que  volviera a ver a su amada.


Nota: Si queréis oír la versión musical de Radio Futura del poema original de Poe:
Annabel Lee


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