martes, 5 de febrero de 2013

Sergio

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Intentó leer los labios de mamá pegando la nariz al cristal con las manos ahuecadas. Estaba demasiado lejos para oír lo que decía. Hacía dos canciones del grupo Las Nubes Ambulantes que mamá había aparcado en el párking al aire libre del súper, ya cerrado y tres canciones que le había obligado a prometer que no saldría del coche. Pasara lo que pasase. 


Ella estaba hablando por el móvil con ese hombre, Micki. Sabía que los dos iban al mismo instituto nocturno. No como papá, que iba a la Upersividad, que era una escuela mucho más importante que la de Micki. Sergio tenía casi seis años. A esa edad ya se sabían cosas. Sabía que papá era verdaderamente listo y que Micki era un bobo. Este pensamiento lo puso furioso. Le daba igual que mamá se enfadara y lo castigase, pero iba a romper su promesa. Ella no debería estar hablando con Micki. Papá no querría. Levantó el seguro y salió corriendo del coche. Giró la cabeza y vio que seguía hablando por el móvil, pero no la veía muy bien porque se había formado una especie de neblina. 


De todas formas, le daba igual. Caminó hasta el final del aparcamiento. Hizo pis en el muro, pateó unas piedras, se tumbó en el suelo mirando hacia el cielo oscuro sin luz de luna. Las estrellas eran fuego, se lo había dicho papá. Cuando se cansó, volvió caminando hacia el coche cantando la canción Monstruo Buñuelo. Estaba a mitad de camino, cuando las farolas parpadearon y se apagaron. Dejó de andar: no veía nada. Oía la música lejana del coche, pero no sabía hacia qué dirección caminar. Pensó en la peli Kung Fu Panda que había visto en casa de la abuela el sábado. ¿Qué habría hecho Kung Fu Panda? Intentaba imaginarlo cuando vio algo que le hizo gritar de terror. Un monstruo corría a toda velocidad hacía él. Como una flecha. El malo lo miraba fijamente con odio, quería hacerle daño. 


Sergio tembló, pero no pudo pronunciar la única palabra que quería gritar. Cerró los ojos con todas sus fuerzas. Al poco rato el malo lo golpeó y le hizo caer de espaldas. Se defendió dando patadas y manotazos. Al abrir los ojos para enfrentarse al horror se dio cuenta de algo que lo dejó perplejo. El monstruo era una bolsa de plástico. La música familiar de Las Nubes Ambulantes volvió a sonar. Corrió a tientas siguiendo el sonido, hasta llegar al coche donde entró y puso otra vez el seguro. Enseguida llegó mamá, llorosa. Esta vez se las iba a cargar.
--Cariño, ¿has cogido frío?
Lo besó y abrazó muy fuerte.
Sergio rompió a llorar.
--¿Qué te ocurre? Si sólo he estado hablando durante un cuarto de hora...Lo siento,  hijo.
Miró a mamá como si fuera la primera vez que la veía. Ya nunca más sería el bebé que fue. Aunque quisiera. Le sonrió y ella le devolvió la sonrisa, mientras le enjugaba las lágrimas con un pañuelo de papel. Al cabo de un rato, arrancó el coche. Iban camino a casa.

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