Intentó leer los
labios de mamá pegando la nariz al cristal con las manos ahuecadas.
Estaba demasiado lejos para oír lo que decía. Hacía dos canciones
del grupo Las Nubes Ambulantes que mamá había aparcado en el
párking al aire libre del súper, ya cerrado y tres canciones que
le había obligado a prometer que no saldría del coche. Pasara lo
que pasase.
Ella estaba hablando por el móvil con ese hombre, Micki.
Sabía que los dos iban al mismo instituto nocturno. No como papá,
que iba a la Upersividad, que era una escuela mucho más importante
que la de Micki. Sergio tenía casi seis años. A esa edad ya se
sabían cosas. Sabía que papá era verdaderamente listo y que
Micki era un bobo. Este pensamiento lo puso furioso. Le daba igual
que mamá se enfadara y lo castigase, pero iba a romper su promesa.
Ella no debería estar hablando con Micki. Papá no querría. Levantó
el seguro y salió corriendo del coche. Giró la cabeza y vio que
seguía hablando por el móvil, pero no la veía muy bien porque se había
formado una especie de neblina.
De todas formas, le daba igual.
Caminó hasta el final del aparcamiento. Hizo pis en el muro, pateó
unas piedras, se tumbó en el suelo mirando hacia el cielo oscuro
sin luz de luna. Las estrellas eran fuego, se lo había dicho papá.
Cuando se cansó, volvió caminando hacia el coche cantando la
canción Monstruo Buñuelo. Estaba a mitad de camino, cuando las
farolas parpadearon y se apagaron. Dejó de andar: no veía nada. Oía
la música lejana del coche, pero no sabía hacia qué dirección
caminar. Pensó en la peli Kung Fu Panda que había visto en casa de
la abuela el sábado. ¿Qué habría hecho Kung Fu Panda? Intentaba
imaginarlo cuando vio algo que le hizo gritar de terror. Un monstruo
corría a toda velocidad hacía él. Como una flecha. El malo lo
miraba fijamente con odio, quería hacerle daño.
Sergio tembló,
pero no pudo pronunciar la única palabra que quería gritar. Cerró
los ojos con todas sus fuerzas. Al poco rato el malo lo golpeó y le
hizo caer de espaldas. Se defendió dando patadas y manotazos. Al
abrir los ojos para enfrentarse al horror se dio cuenta de algo que
lo dejó perplejo. El monstruo era una bolsa de plástico. La música
familiar de Las Nubes Ambulantes volvió a sonar. Corrió a tientas
siguiendo el sonido, hasta llegar al coche donde entró y puso otra
vez el seguro. Enseguida llegó mamá, llorosa. Esta vez se las iba a
cargar.
--Cariño, ¿has cogido
frío?
Lo besó y abrazó muy
fuerte.
Sergio rompió a
llorar.
--¿Qué te ocurre? Si
sólo he estado hablando durante un cuarto de hora...Lo siento, hijo.
Miró a mamá como si
fuera la primera vez que la veía. Ya nunca más sería el bebé que
fue. Aunque quisiera. Le sonrió y ella le devolvió la
sonrisa, mientras le enjugaba las lágrimas con un pañuelo de papel.
Al cabo de un rato, arrancó el coche. Iban camino a casa.
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