jueves, 28 de febrero de 2013

Recreación

Me sitúo ante la pared blanca de la habitación de mi hija dispuesta a decorarla. Con la mano tensa, agarro la boca del tubo de la impresora 3D y pienso. Pienso qué imágenes o motivos serán perfectos para transmitir a mi bebé, que nacerá dentro de tres meses, el amor que debemos a nuestro antiguo planeta Tierra, 

 del que provenimos y que dejamos atrás para habitar Arcadia. Curious nunca pisará el viejo planeta.
  Intento recordar cómo era el salón de mi abuela la última vez que lo vi a los cuatro años. Me viene a la mente “Ikea”. Pregunto al ordenador periférico de mi hogar y me habla del estilo escandinavo, de cortinas Emmie con alzapaños a 49,99 euros el par, de alfombras Emmie a 264 euros... 


¿Qué son cortinas? ¿Qué son alfombras? Lo he olvidado. Pero sé que mi yo pequeño aún habita mi interior, en la memoria de mi cerebro. Programo el navegador cerebral Boo8-R para que se salte los cortafuegos que hay en mi mente, sé que me juego mi identidad, pero se lo debo a mi niña.
  El navegador accede rápidamente a los recuerdos de 2013, almacena los trozos de memoria que corresponden a la casa de la abuela y los transmite a la impresora en 3D, que imprime un caos de colores y estructuras. ¡Mierda! Es frustrante y además... La cabeza me duele, creo que estoy malherida, respiro con dificultad y siento el cuerpo tenso. No debí inhabilitar los cortafuegos, los expertos siempre advierten de lo peligroso que es, pero yo vengo de la Tierra: mi naturaleza es temeraria y no obedezco a todo lo que me dicen. Percibo el tiempo de forma lenta: un minuto real, son quince minutos en mi mente. Me muevo despacio; al final, no me podré mover. Curious nunca verá como se filtraba la luz a través de la tela de estampado floreado que colgaba de una barra de la pared.

  Ni sabrá cómo olía la calidez del sol terrestre. La veré nacer, con suerte crecer, sin poder contarle nada del viejo mundo porque siempre estaré atrapada en este cerebro enfermo, que se olvidó de recordar.

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