domingo, 17 de febrero de 2013

Profetas

–¿El número doce de “Sigue tu propia aventura”.? –preguntó la quiosquera Úrsula.
Vania asintió. Cada sábado por la mañana acudía al quiosco a comprarse un libro-juego de esos en los que uno iba tomando decisiones que le desembocaban a diferentes finales.


 Nunca lo leía sola; por la tarde se reunía con su amiga Eugenia y cada una tomaba su decisión. Era muy divertido, tomaban chocolate caliente con galletas y el tiempo volaba. Llevaba meses siguiendo esta rutina que encontraba emocionante.
–Parece que vamos a divertirnos. –dijo la quiosquera que tenía un ojo negro y otro gris.
Vania pensó que la mujer parecía chiflada; inquietaba, pero no habría sabido decir por qué. Le siguió la corriente y cogió la bolsa de papel con el libro-juego que Úrsula le tendía.
 A las cuatro y media su amiga Eugenia la llamó para decirle que la habían castigado, pero se escaparía. A Vania le pareció fatal la idea y dijo que no sería su cómplice; que siguiera las normas. Así que a las cinco, se encontró sola en el comedor (sus padres habían salido junto con su hermano pequeño) sacando el libro de la bolsa marrón.
 No pudo creer lo que veía. Le había puesto en la bolsa otro libro. Furiosa vio que era un libro usado; se titulaba “Profetas”. Maldeció a la quiosquera en voz baja, pero ya que estaba y había decidido pasarse aquella tarde lluviosa leyendo, eso fue lo que hizo.
 Al acabar el libro estaba perpleja; la historia del libro era de lo más raro. Contaba la historia de una sociedad que vivía una época de prosperidad desde hacia siglos. Este bienestar lo debían a los profetas, que eran unos seres dotados de videncia que veían las futuras acciones de los malos y lo profetizaban. Los malvados eran enviados a una isla remota, donde pasaban a ser “nekos” (prisioneros). Los profetas eran un grupo selecto que era capaz de preveer las consecuencias de todas las acciones posibles. Aprendían a mejorar sus poderes, con la técnica del “ralance”, que consistía en ir actuando según las señales de su entorno cotidiano. Casi siempre sólo avisaban de quién era el futuro delincuente y miembros de la SEPLLE (seguridad especial para Lázar libre del enemigo) lo detenían. Aunque también tenían poderes para detener ellos mismos a los malhechores.
  Vania encogió los hombros; las tripas le estaban sonando hacía rato y sus padres no iban a volver hasta más tarde. Sacó de la nevera la bandeja de musaka 
 que su madre le había dejado preparada y la metió en el microondas.

  Mientras se esperaba, leyó los ingredientes del pan de molde envasado que tenía delante: harina, agua, levadura, azúcar, sal, antioxidante, llama a tus padres, o tu hermano morirá. ¿Qué? Volvió a leer y esa frase no estaba escrita. Intentaba comprender que había pasado, cuando un impacto invisible en el interior de su mente le hizo ver cómo su hermano se había dejado el inhalador en casa, después lo veía patinar en el parque rápido, cada vez más rápido, hasta que le daba un ataque de asma.

 Sus padres, distraídos hablando, no se daban cuenta; y él moría ahogado. También visualizó todas las opciones posibles que hacían que se salvara o se muriera. Si llamaba contando su visión, sus padres no la creerían en ninguna de las opciones; sólo si decía que se había hecho daño, conseguiría que volvieran a casa. Realizó la llamada. Aterrada, se autolesionó la pierna izquierda con un cuchillo. A los veinte minutos, su madre miraba a Vania aliviada, porque se había temido algo peor. Ella miró de reojo a su hermano pequeño que jugaba con un camión en miniatura.
 En las semanas que siguieron a este suceso, tuvo las suficientes visiones, para comprender que era una profeta.
  Un viernes de abril, navegando por Facebook leyó: “Detén a Úrsula”. Lo sabía. Vania metió en su mochila una pastilla de jabón y algo de comer para entregarla a la quiosquera; este era el protocolo de detención de sospechosos por parte de un profeta.
--¡Queda usted detenida! --dijo Vania a la mujer de los ojos de diferente color.
--No. Eres TÚ la que quedas detenida.
 Rápidamente dos miembros de la SEPLLE que salieron no se sabe de dónde, intentaron esposarla, pero Vania se abrazó a una farola, ofreciendo resistencia; gritó todo lo que pudo. Con la visión borrosa a causa de la adrenalina pudo ver como una mujer se situaba detrás de ella, y al poco otra delante, al cabo de cinco minutos una inmensa muchedumbre la rodeaba, protegiéndola de los miembros de la seguridad. Llorosa, miró a su izquierda, una mujer con una trenza oscura le estaba contando algo importante, pero con los nervios no oía nada. Intento escuchar.
–Todos los pobladores de Lázar somos profetas; esto es lo que intentan ocultar los poderosos. Dicen que sólo unos pocos pueden serlo. Mienten. Somos la resistencia, vamos a contar la verdad.
–Has despertado.
Vania abrió los ojos. Estaba en Lázar, sentada con un simulador de realidad cubriendo su cabeza como una visera, y tenía una buena nueva que contar.


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